Album de recuerdos - Sol de otros días.

viernes, 4 de febrero de 2022

 Recuerdo mis tardes de ajedrez en el parque Zaragoza.

Empecé jugando en la prepa. Conocía el manejo de las piezas, pero para entonces solo era un empuja-maderas. Miguel Ángel Carrillo Armenta me instruyo en unas técnicas básicas y de ahí le seguí, jugando con cuanta persona quisiera secundarme.
Una de mis partidas se extendió mas allá del receso. La maestra Rocío ingresaba al salón, pero yo estaba aferrado a seguir jugando. Perseo (Cruz Colunga), mi oponente, tampoco parecio ceder y, a pesar de los avisos de Chovy, seguimos emperrados en la partida en tanto iniciaba la clase.
Rocío siempre fue muy amable, por lo menos conmigo, y no nos regañó porque la ignoráramos, pero hábilmente se colocó junto a la mesa y le dio un empujón que mando el tablero y sus piezas al suelo. Eso nos devolvió a la realidad, aunque estaba algo aturdido de mi parte, ¡tan concentrado estaba en ello!, y luego, con muchas caravanas, seguí el ejemplo de Perseo y ofrecí mis disculpas.
Tras la prepa me refugie en el club de ajedrez "Carlos Torre Repetto". Se hallaba sobre el kiosko del parque Zaragoza y abría sábados y domingos. Ahí solía pasar desde las 10:00 AM en que abrían hasta las 9:00 PM que cerraban, muchas veces no regresaba a casa, ni siquiera para comer. Compartí tiempo y partidas con mucha gente, desde aquel jovencito divertido de 12 años al que llamábamos "El Genio" hasta con personas de avanzada edad.
Jugué con muchas y buenas personas. Unos eran jugadores excelentes, que participaron en estatales y nacionales. Otros eran apasionados del ajedrez, puro amor al arte. Pasaba mucho tiempo ahí, jugando, compartiendo anécdotas y charlando. El tiempo se me iba como un suspiro y ya me retiraba tarde.
En una ocasión estaba jugando ya bastante tarde. Mi oponente se retiraba tras nuestra última partida y me pidió que lo acompañara a acomodar sus cosas en el auto. Yo no pensaba retirarme aun, pero ante su insistencia lo seguí. No había mucho que cargar, además de que no le ayude en nada, todo lo llevaba él en una maleta. Ya era de noche y nos dirigimos a su auto. Abrió a cajuela y metió sus cosas, luego saco un suéter azul y me lo dio. No entendí para que. Me dijo: "Es para ti. Hace frio, y no traes nada que te cubra". Era un bonito suéter azul. Le agradecí el regalo. Y luego se marchó.
Ese suéter me siguió a todas partes. No me desprendí de él. En una ocasión, mientras jugaba basketbol en la UABC me empujaron y caí con el codo. El suéter se rompió. Mi novia (ahora mi esposa) cuando lo vio roto me pidió que me deshiciera de él. Estaba un poco deshilachado y ahora roto. Yo me negué. Le tenía tal aprecio que hubiera dejado a mi novia si fuese necesario. Años después, ya casados, mi suéter desapareció. Mi esposa se encargó de tirarme la "ropa vieja" y ese suéter fue su primera opción de descarte. Primer pleito de casados. Aprendimos los dos. Ella sabe que cosas tirar y que no, y yo que ella nunca se estará quieta si se le mete una idea en la cabeza.
Regresé en diciembre al parque Zaragoza y no pude evitar la nostalgia al ver el kiosko vacío, sin jugadores, sin tableros y sin gente alrededor.
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De Miguel sé que está en Durango. Alla encontró su camino. De Perseo, que se fue a Canadá. Me toco conocer a sus padres, acá en Ensenada, de pura casualidad. Que chiquito es el mundo. Y por Perseo me acuerdo de Carlos Limón Calderón, que cada vez que se dirigía a él le decía "Cruz Colgando". A los tres no los volví a ver. A Limón ya no será en esta vida.