Album de recuerdos - Sol de otros días.

jueves, 20 de noviembre de 2008

La casa de mis sueños.

Siempre sentí que eso que soñaba era verdad, pero no me lo podía explicar.

Era una casa sencilla, de dos habitaciones, una tras otra, y de paredes blancas como la cal y sucias por el tiempo.

La casa estaba en alto, casi a dos metros por encima de la calle, con una acera que le hacía justicia en altura. Escalones al lado de la acera permitían descender a la calle, pavimentada esta, y que se perdía a ambos extremos. Por un extremo, un mar de casas a ambos lados de la calle la cual se veía morir en las faldas de un cerro, poco poblado para entonces. Por el otro, el mismo panorama, pero esta vez la calle se cortaba abruptamente a menor distancia que el otro extremo por una lengua de mar que entraba.

Techo alto, de dos aguas, cubierta de teja, la casa parecía dividir sus dos aguas en las dos habitaciones.
En la primera habitación una puerta de dos hojas que daba la bienvenida a quien entrara. A su lado, una alta ventana, que iniciaba a 30 cms. del suelo y parecía perderse en lo alto. Enrejada toda por varillas verticales de hierro que atravesaban laminas de hierro en el piso, la parte media y la parte superior. El tipo de ventana común en casas comunes del viejo Mazatlán.

La que parecía ser la habitación principal tenía pocos muebles. Cerca de la pared y de la entrada estaba una vieja silla con asiento y respaldo de piel, como las que suelen hacerse en Concordía. Su tono cafe oscuro se había oscurecido más por el tiempo y el uso. Diriáse que de cochambrosa parecía negra; pero uno sabe cuando algo es negro por naturaleza y cuando es negro por mugre.

Del otro lado de la habitación una cama y una silla alta. En ella un niño, casi un bebe, sentado en la gran silla y desde la cual podía ver al exterior, a través de la ventana, a la chiquillería divirtiendose con un balón.

Una mujer que entraba y salía de la habitación, mi madre, atareada en el quehacer al otro lado de la pared, en la otra habitación. Entre ambas habitaciones un boquete enorme que hacía las veces de ventana.

La otra habitación tenía una desvencijada mesa, tan oscura como la silla, adosada a la pared, donde estaba el boquete. Hacía las veces de mesa de cocina y comedor.  Muchas veces vi como cortaban la carne y las verduras al igual de como se destripaban los peces. Quizas esa era la tarea más ingrata de mi madre, limpiar peces. No le gustaba pues el olor era penetrante y había que esforzarse por limpiar la mesa. Junto a esta mesa, una estufa en la que se cocinaban los alimentos. El único lugar de la casa al que no dejaban acercarme.

Del otro lado de la habitación estaba un viejo mueble que nunca acabe de entender su función y forma. Había en el trastes de todo tipo que parecían arrojados al azar.

En la mesa solía ver sentado a un hombre joven y delgado, platicando con mi madre. Entraba con regularidad a la casa, solo por unos pocos momentos, y volvía salir. Cuando se detenía a comer yo me acercaba a él. A veces me miraba, pero me ponía poca atención pues tenía prisa. El desencanto de mi madre afloraba en su rostro cuando en esas ocasiones le decía que solo estaba ahí por la comida y que tendría que regresar a trabajar. Despues de comer se levantaba y rara vez volteaba a mirarme cuando salía.
¡Este es el recuerdo más antiguo que tengo de mi padre!.

La segunda habitación tenía un apuerta de salida, alineada con la puerta de entrada y la que comunicaba ambas habitaciones. Todas ellas hacia el costado derecho, viendo la casa desde la calle.

Tras de la casa, con un sol que brillaba intensamente, estaba el patio. Muy pequeño porque parte de él se lo había comido una construcción rara, era una especie de plataforma de cemento, con escalones en su parte media. Abarcaba la mitad del patio, iniciando desde el fondo. A la izquierda de la salida se hallaba algo humedo, que muchas veces tiraba agua, quiza un lavadero, pero solo lo recuerdo como algo oscuro, del color que toman las cosas al estar tanto tiempo expuestas a la humedad. 

Sobre la plataforma estaba un cerco de madera. Dos puercos, quizas tres, se hallaban en ese recinto. Mi madre me dijo que no me acercara a ellos por que podrían comerme. Siempre tuve la curiosidad de tocarlos.

En una ocasión, tras ser reprendido por intentar tocarlos, fui a terminar en la silla alta, bajo la vigilancia de mi madre que trajinaba en la cocina. Yo la observaba esperando un momento en que ella se distrajera. Cuando así ocurrio, me deslice por debajo de la barra de madera de la silla, cuya función es servir de sosten y barrera para que no cayera. Me deslice hacia abajo, toque el suelo y voltee a verla. Seguía ocupada, de espaldas y sin poder verme. Corrí a la salida y subí los peldaños de la plataforma. Me así a la madera del cerco y estire la mano para tocar el hocico de uno de los puercos que en ese momento estaban comiendo. Un fuerte grito me hizo devolver el movimiento. Mi madre se había dado cuenta de mi ausencia y me estaba regañando. "¿Quieres que te coman los dedos los puercos?" decía. Volvi a la silla y ya no me movi de ahí.

Repetidas veces soñe con esto y era tan vívido que cada vez que ocurria tenía la sensación de haber estado ahí. El olor, la luz, los recuerdos de ese sueño eran tan marcados que no parecían imaginarios. !Parecía imposible que tal cosa fuera real!. Yo, de un año, en una casa que no conocia de mi infancia. 

Solo en mi etapa adulta, tras indagar al respecto, pude entender que la casa de mis sueños fue real, y que los sentimientos y recuerdos aún persisten como si lo hubiera vivido ayer.

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